Tuesday, April 24, 2007

Difícil. Tan difícil.


Está acostada en una cama apenas cubierta por una sábana rota y un camisón.
Es una abuela.
Se nota cuando la miramos, se nota por sus ojeras y por su piel que cuelga de su cuerpo como si quisiera desprenderse, se nota porque en la pared de su habitación compartida, donde se escucha la respiración forzada de quien es su compañera, hay un cartel escrito por sus nietos. “Abu, esperamos que te mejores pronto”.
Ella nos ve entrar y presiente que algo está pasando aunque no logra entender qué es, del todo.
Nos mira, mezcla de vergüenza y admiración, y yo la miro desde un rincón intentando ser invisible y que no me alcancen a ver sus ojos vidriosos.

Sonríe.

Contesta las preguntas con la precisión que le permiten sus años y sus recuerdos.
Se sienta en la cama.
Deja que la miremos, la toquemos y hasta hablemos de ella tal y como si no estuviera presente.
Y no se queja.
No dice nada.
Apenas si logra entender algunas de nuestras palabras demasiado difíciles para ella.

La respiración es normal, no tiene dolor, sólo a veces.
Pensamos todas las posibilidades. Desde lo más simple a lo más severo. Y después, vamos descartando de a poco.

Dejamos la habitación. Sabemos que no la vamos a ver de nuevo. Seguramente, saldrá en unos días más.
Nos mira, nos sonríe una vez más con la calidez con la que sólo pueden hacerlo las abuelas.
Y entonces, nosotros inventamos la historia. Y jugamos a ser detectives dentro de su propio cuerpo, y buscamos pistas que nos ayuden a definirnos por algo.
Y al final, resulta.
Sabemos lo que tiene.
Sabemos que no se cura con nada.
Sabemos cuánto le queda.

Sabemos que ella no lo sabe.

Monday, April 09, 2007

Café


Me hubiera gustado verte.
Dije que no, tenía cosas para hacer. Y en realidad, mientras caminaba sin rumbo, con un café caliente en la mano, y el diario en la otra, pensé que en realidad y sin pensarlo, me hubiera gustado verte.

Aquella tarde cuando por casualidad mi hora del café coincidió con la tuya, todo pareció fluir de una manera inconclusa.
Yo, sentada leyendo el último apunte que no había logrado terminar la noche anterior. Justo antes de entrar, como siempre. Y acompañada por el café del bar de la esquina.
Y vos escribiendo. Quién sabe qué cosas, pero siempre escribiendo. Alguna historia nueva, alguna canción (seguramente no sería para mí).
Levanté la vista, sólo porque sentí moverse mi taza de café.
Y entonces te vi sosteniendo tu taza con la boca, el diario debajo del brazo, tu cuaderno con el lápiz en la mano y moviendo la silla para sentarte. Todo junto, todo abrupto. Como siempre, entrando de nuevo sin permiso y haciendo un desfile casi ostentoso.
Me reí, primero. No sé si en el primer momento me alegré de poder verte. O si en realidad, fue por mero reflejo de mis músculos que no podían evitar sonreír siempre que estabas en mi cabeza. Y en realidad, el verte aparecer hizo que poco a poco todos tus recuerdos escondidos volvieran a salir casi empujándose.
-Siempre a ultima hora-. Recuerdo que lo dijiste con un dejo de cotidianeidad. Me molestó, pero no mucho. De cualquier manera, era cierto.
Claro que comenzamos a charlar un poco, y después el silencio. Esas conversaciones que por intensas, nos dejan sin palabras y con mucho revuelo en la cabeza.
Me acordé de esas charlas. Me acordé de verte tomando café sobre mi cama, mientras yo leía uno que otro apunte.
Me acordé de las noches en el cine y de las caminatas interminables que siempre terminaban en alguna cama.
Me voy. Te llamo. Chau. Sonrisa.

Pensé que el llamado jamás se haría presente. Y pensé bien. Solo que a la semana siguiente volvió a suceder. Pero esta vez ya lo sabía. Miré desde la calle antes de entrar al bar. Te vi mirando el reloj. Con el diario en la mano (siempre el diario) y enfrente de tu cuaderno donde escribías algo, algún cuento, una novela, algo que sería para alguien, y tal vez para mí.

No entré. Caminé derecho, compré el diario (tu diario) y caminé.
Me hubiera gustado verte... te dije que no. Cosas que hacer. Comprar el diario y caminar.

...


Y una vez mas las cosas son como no deberían.
Una vez mas me levanto con el sabor agrio del desencuentro y de la individualidad que parecen cotizar en esta sociedad.

Me despierto, abro los ojos, y no quiero ni asomar mi pie por debajo de la sábana.
No quiero bajar de la cama, donde el calor parece haber querido quedarse acurrucado junto a mis piernas.
Pero entonces lo pienso.
Miro al techo, me despeino con las manos, y tomo el coraje necesario para salir.
Y salgo.
Y sé que lo que me espera no es nada distinto a lo que me esperaba ayer, ni antes de ayer, ni el día anterior a ese.
Es lo mismo.
Una muerte, un atropello, una represión, una justicia que no juzga y muchos que parecen no querer enterarse.

Se necesita coraje para salir de la cama...
Se necesita fuerza para salir a la calle...
Se necesita alma para condenar e intentar lograr algo que no se sabe todavía que es, pero que nos ayuda a mantenernos esperanzados...
Todo eso se necesita...

Y es descabelladamente sorprendente que muchos ni siquiera se preocupen por conseguirlo.

Hoy es un día triste. Muy, muy, muy triste.